Alicia González
Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra
La historia de la humanidad se cuenta en términos de fronteras que se trazan sobre un mapa y dividen identidades. Hay pueblos para quienes esas líneas no solo representan separación, sino también una negación de su derecho más básico: el de decidir su determinación y destino. El Sahara Occidental y Palestina encarnan esta lucha silenciosa contra la geopolítica, las potencias y las promesas incumplidas.

En el corazón de este conflicto está el derecho a la libre determinación, un principio consagrado en la Resolución 1514 de la ONU (1960), que afirma que “todos los pueblos tienen derecho a la libre determinación”. Sin embargo, este derecho, aparentemente universal, se ha convertido en una moneda de doble cara, porque es defendido en teoría, pero ignorado en la práctica.
Sahara Occidental: el pueblo olvidado en arena escurridiza
En 1975, España abandonó el Sahara Occidental tras los Acuerdos de Madrid, cediendo la administración del territorio a Marruecos y Mauritania, pero sin transferir formalmente la soberanía. Desde entonces, el pueblo saharaui, representado por el Frente Polisario, ha luchado por su autodeterminación mientras Marruecos consolida su control sobre el territorio.
La Resolución 2625 de la ONU (1970) reafirmó el derecho de los pueblos a decidir su futuro sin interferencias externas, pero más de cinco décadas después, el Sahara Occidental sigue siendo catalogado como territorio no autónomo. El Tribunal Internacional de Justicia, en su dictamen de 1975, negó la soberanía histórica de Marruecos sobre el Sahara, pero las resoluciones no han sido suficientes para cambiar la realidad sobre el terreno.
Según Human Rights Watch, Marruecos ha reprimido activistas saharauis, restringido la libertad de expresión y manipulado las elecciones locales. Y mientras tanto, Europa, Estados Unidos y otras potencias guardan silencio. “El Sahara es una herida abierta en la conciencia internacional”, afirma Aminatou Haidar, activista saharaui y Premio Right Livelihood 2019. El derecho internacional fracasa en su defensa, y la respuesta podría encontrarse en las reservas de fosfatos y la riqueza pesquera del Sahara, elementos que convierten este conflicto en un rompecabezas económico más que en una cuestión de justicia.
Palestina: muros visibles e invisibles

Sahara representa el abandono y Palestina simboliza la ocupación. En 1948, la creación del Estado de Israel derivó en el desplazamiento de más de 700.000 palestinos, episodio conocido como la Nakba. Desde entonces, la lucha palestina ha estado marcada por guerras, ocupación militar y un proceso de paz fallido.
En 2004, el Tribunal Internacional de Justicia emitió una Opinión Consultiva declarando ilegal el muro construido por Israel en Cisjordania, calificándolo como una violación del derecho internacional y una barrera para la libre autodeterminación. Sin embargo, el muro sigue en pie, extendiéndose como una cicatriz de hormigón. La Resolución 67/19 de la ONU (2012) reconoció a Palestina como “Estado observador no miembro”, pero sin los derechos plenos de un Estado soberano, que reflejan las palabras del politólogo Edward Said sobre Palestina, que “sigue siendo el símbolo de una nación rota, dividida entre la ocupación y la desesperanza”. Hoy, Gaza es una prisión al aire libre, mientras Cisjordania es fragmentada por asentamientos ilegales.
Amnistía Internacional documenta violaciones sistemáticas de derechos humanos, incluyendo desalojos forzados y restricciones al movimiento. Entonces, no se puede hablar de autodeterminación en un contexto donde la soberanía es una ilusión. El derecho a la libre determinación se ha convertido en un testimonio de hipocresía global. Las mismas potencias que apoyan movimientos independentistas cuando conviene a sus intereses, cierran los ojos ante casos como el Sahara y Palestina. Joseph Nye ya advierte en su teoría del poder blando que “la legitimidad es un recurso estratégico en la política internacional”. Por ello, se abre el debate sobre si la legitimidad se puede reclamar un sistema internacional que defiende la autodeterminación en Kosovo, mientras la niega en el Sahara o Palestina.
En este punto, las Naciones Unidas parecen atrapadas entre su retórica moral y las dinámicas de poder, como afirmó Noam Chomsky: “Los derechos humanos son un arma cuando sirven al poder y un estorbo cuando lo desafían”.
Voces ahogadas por la diplomacia
La pregunta es incómoda, pero necesaria: ¿son las resoluciones internacionales meros gestos simbólicos en ausencia de mecanismos coercitivos para aplicarlas? El Sahara Occidental y Palestina no solo son territorios en disputa; son símbolos de una lucha global por la justicia y la autodeterminación. Pero esta lucha ha revelado las fisuras del derecho internacional, donde los principios sucumben ante la política.
Hoy, el Sahara y Palestina nos recuerdan que la libertad sigue siendo un privilegio más que un derecho universal. No es solo cuestión de tratados o resoluciones; es cuestión de humanidad.
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Alicia González Y Gómez | Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual | Universidad Carlos III de Madrid